Cuando allá por 1996 decidimos crear la Sociedad de Investigaciones Biofísicas Betelgeuse, una de las primeras acciones fue elegir el nombre del proyecto. Y bien sabe el cielo que nos cubre, que de saber los quebraderos de cabeza que nos ha deparado, igual hubiéramos elegido un nombre más pegadizo o peliculero, como los que existen ahora.

O quizás no.

Porque no queríamos mencionar ni “zonas adimensionales“, ni “oscuridades” ni “misterios “. Os podéis imaginar que no teníamos ningún asesor de marketing. En todo este tiempo nos han llamado de todo, aunque lo más hiriente y repetitivo ha sido Bitelchús. Si, Bitelchús, ese zarapastroso fantasma multicolor, medio loco, protagonista de la comedia ochentera vista por todos. ¿Cómo no habernos dado cuenta del poco, mínimo, casi inexistente conocimiento de la gente sobre cuestiones astronómicas. Porque Betelgeuse (que, por cierto, se pronuncia como se lee en español), no es un fantasmita loco, sino una supergigante roja perteneciente a la constelación de Orión. Pero de ello hablaremos luego.

Sociedad de Investigaciones Biofísicas

Decidimos llamar Sociedad a esta asociación, no porque fuera una sociedad mercantil, sino en homenaje a las antiguas organizaciones de exploración e investigación. La “Sociedad para la Investigación Psíquica” de Londres, La “National Geographic Society“, la “Sociedad Exploradora” de Manuel Iradier, retumbaban en nuestras cabezas. ¿Ambiciosos? Puede, pero como lograr cosas grandes si no piensas a lo grande? Decidimos crear algo más grande que nosotros mismos, un proyecto que superara a las pretensiones del individuo. Y eso necesitaba un buen nombre.

Y le añadimos “de Investigaciones Biofísicas” para delimitar nuestro ámbito de actuación. Queríamos apartar nuestras investigaciones de cualquier matiz místico. Y en este sentido encontramos los estudios realizados en la extinta Unión Soviética sobre determinados fenómenos anómalos o paranormales.

En 1924 el comisario A.V. Lunacharski formó el Comité Ruso para la Investigación Psíquica. Este comité fue fundamentalmente apoyado por el Laboratorio de Biofísica, perteneciente a la Academia de Ciencias. Esta línea de trabajo apostaba por un origen biológico, aun desconocido, en la base del fenómeno paranormal. Se hicieron estudios en electrofisiología, tendentes a buscar la naturaleza física de la telepatía.

Y ese era el espíritu que queríamos que nos guiará, alejado de creencias, tendente a encontrar la verdad subyacente en todos esos fenómenos. Por eso adoptamos una nomenclatura de origen soviético, aunque la gente entendiera bien poco.

Betelgeuse, el Hombro del Gigante

¿Y por qué decidimos incluirle la coletilla de Betelgeuse al nombre de la SIB? Pues quizás por un simple golpe de corazón. En su momento pensamos que todo gran proyecto debía tener el nombre de una estrella que guiara sus pasos. Y por eso elegimos a Betelgeuse, la estrella más brillante de Orión (últimamente discutible) y de nuestro logo.

La constelación de Orión, claramente visible en el hemisferio norte en los meses de invierno, ha captado desde antiguo los mitos de los seres humanos. Para los griegos era Orión, el legendario gigante cazador de bestias míticas. Pero también era el Gilgamesh de los sumerios, enfrentándose al toro de Tauro.

Y Betelgeuse, esa enorme estrella roja en la constelación del Cazador, parecía una buena estrella guía. Y esa fue la razón para escogerla.

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